miércoles, 28 de julio de 2010

Jaleo.

Hacía años que no sabía nada de mi familia. La verdad que no recuerdo muy bien qué fue lo que nos separó ni el motivo de aquel enfado sin sentido.


* * *


Llevaba una vida bastante reglada y milimetrada. Pero de vez en cuando rompía con todo y disfrutaba de una gran juerga. Aquella noche no recuerdo muy bien cuál fue el motivo de la fiesta. Creo que celebrábamos “Halloween”. Mis amigas y yo decidimos disfrazarnos y hacer una botellona junto con más jóvenes a las orillas del río -ese tipo de fiestas no me convencían del todo, yo era más de pubs donde poder sentarte, charlar y disfrutar de la música-. Acabamos un poco bebidas, con un frío que nos corroía a más no poder y con algún moratón que otro por alguna caída producto del alcohol y de las bromas de la noche.

* * *

“Jaleo. Te invito a pisar los charcos desde mi hotel hasta tu barrio…”. Eran las tres de la madrugada y la canción de “La Fuga” que tenía puesta en mi móvil como señal de llamada acababa de irrumpir en el silencio de mi cuarto y lo que más me molestó: de mis sueños. No sé por qué pero me desperté con la sensación de que algo iba mal. En la pantalla creí reconocer un número y un nombre que hacía muchísimo tiempo que no leía. ¿Era mi madre? Con la voz aun medio quebrada respondí con un “¿mamá?”.

-Hola María. Siento llamarte a estas horas y después de tanto tiempo pero… tu padre acaba de fallecer.-

Y mientras intentaba asimilar esas palabras me levanté a prisa y corriendo como si por llegar antes pudiera echar el tiempo hacia atrás y respondí:
-Voy para allá.-

* * *

Mis padres seguían viviendo en la misma casa donde yo había pasado toda mi infancia y adolescencia. Mientras conducía iba pensando en todo el tiempo perdido, en todas las veces que me dije de ir a verlos pero siempre acababa diciéndome “cuando termine el máster, cuando coja las vacaciones, cuando lleguen las navidades…”. Siempre tenía una excusa para posponer esa visita. Y tensé demasiado la cuerda del tiempo, la cuerda de la vida, la cuerda de las oportunidades.

Justo antes de cruzar el puente que conducía a aquella calle que parecía que había sido congelada en el tiempo, me detuve en un semáforo: aquel que por las mañanas hacía compañía a los ya rutinarios negritos vendedores de clínex y que por las noches de los fines de semana formaba simplemente parte del decorado urbano coronado de vez en cuando por algún cubata olvidado o terminado. Mientras miraba ansiosamente a que se pusiera en verde, me di cuenta de que al final de aquel panorama nocturno y junto a las orillas del río seguía habiendo jóvenes como mis amigas y yo de botellona. Y es que el fin de semana pasado éramos nosotras quienes estábamos ahí. Nuestra única preocupación era coger un buen punto pero sin llegar a emborracharnos de una forma descomunal. Y en aquel momento, lo que se me pasaba por la cabeza una y otra vez era haber dejado para mañana lo que pude hacer antes de ayer.


Marta Roca G. ®