Hacía años que no sabía nada de mi familia. La verdad que no recuerdo muy bien qué fue lo que nos separó ni el motivo de aquel enfado sin sentido.
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Llevaba una vida bastante reglada y milimetrada. Pero de vez en cuando rompía con todo y disfrutaba de una gran juerga. Aquella noche no recuerdo muy bien cuál fue el motivo de la fiesta. Creo que celebrábamos “Halloween”. Mis amigas y yo decidimos disfrazarnos y hacer una botellona junto con más jóvenes a las orillas del río -ese tipo de fiestas no me convencían del todo, yo era más de pubs donde poder sentarte, charlar y disfrutar de la música-. Acabamos un poco bebidas, con un frío que nos corroía a más no poder y con algún moratón que otro por alguna caída producto del alcohol y de las bromas de la noche.
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“Jaleo. Te invito a pisar los charcos desde mi hotel hasta tu barrio…”. Eran las tres de la madrugada y la canción de “La Fuga” que tenía puesta en mi móvil como señal de llamada acababa de irrumpir en el silencio de mi cuarto y lo que más me molestó: de mis sueños. No sé por qué pero me desperté con la sensación de que algo iba mal. En la pantalla creí reconocer un número y un nombre que hacía muchísimo tiempo que no leía. ¿Era mi madre? Con la voz aun medio quebrada respondí con un “¿mamá?”.
-Hola María. Siento llamarte a estas horas y después de tanto tiempo pero… tu padre acaba de fallecer.-
Y mientras intentaba asimilar esas palabras me levanté a prisa y corriendo como si por llegar antes pudiera echar el tiempo hacia atrás y respondí:
-Voy para allá.-
-Hola María. Siento llamarte a estas horas y después de tanto tiempo pero… tu padre acaba de fallecer.-
Y mientras intentaba asimilar esas palabras me levanté a prisa y corriendo como si por llegar antes pudiera echar el tiempo hacia atrás y respondí:
-Voy para allá.-
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Mis padres seguían viviendo en la misma casa donde yo había pasado toda mi infancia y adolescencia. Mientras conducía iba pensando en todo el tiempo perdido, en todas las veces que me dije de ir a verlos pero siempre acababa diciéndome “cuando termine el máster, cuando coja las vacaciones, cuando lleguen las navidades…”. Siempre tenía una excusa para posponer esa visita. Y tensé demasiado la cuerda del tiempo, la cuerda de la vida, la cuerda de las oportunidades.
Justo antes de cruzar el puente que conducía a aquella calle que parecía que había sido congelada en el tiempo, me detuve en un semáforo: aquel que por las mañanas hacía compañía a los ya rutinarios negritos vendedores de clínex y que por las noches de los fines de semana formaba simplemente parte del decorado urbano coronado de vez en cuando por algún cubata olvidado o terminado. Mientras miraba ansiosamente a que se pusiera en verde, me di cuenta de que al final de aquel panorama nocturno y junto a las orillas del río seguía habiendo jóvenes como mis amigas y yo de botellona. Y es que el fin de semana pasado éramos nosotras quienes estábamos ahí. Nuestra única preocupación era coger un buen punto pero sin llegar a emborracharnos de una forma descomunal. Y en aquel momento, lo que se me pasaba por la cabeza una y otra vez era haber dejado para mañana lo que pude hacer antes de ayer.
Justo antes de cruzar el puente que conducía a aquella calle que parecía que había sido congelada en el tiempo, me detuve en un semáforo: aquel que por las mañanas hacía compañía a los ya rutinarios negritos vendedores de clínex y que por las noches de los fines de semana formaba simplemente parte del decorado urbano coronado de vez en cuando por algún cubata olvidado o terminado. Mientras miraba ansiosamente a que se pusiera en verde, me di cuenta de que al final de aquel panorama nocturno y junto a las orillas del río seguía habiendo jóvenes como mis amigas y yo de botellona. Y es que el fin de semana pasado éramos nosotras quienes estábamos ahí. Nuestra única preocupación era coger un buen punto pero sin llegar a emborracharnos de una forma descomunal. Y en aquel momento, lo que se me pasaba por la cabeza una y otra vez era haber dejado para mañana lo que pude hacer antes de ayer.
Marta Roca G. ®