lunes, 27 de junio de 2011

Dedicado al estudiante.

¿Sabes lo que es que tu mente ya no asimile más conocimiento? Que esté saturada, que leas una frase y otra, y otra, y otra y que de repente te digas: "oye, ¿pero qué estás leyendo? y no te acuerdas ni de la temática, ni de la última palabra leída... de nada. 

Saturación.

¿Sabes cuál es la sensación de creer que no sabes nada, que luego con tus compañeros, en un momento de tranquilidad, de relajación mental en la piscina ves algo o a alguien y empiezas a sacar todos esos conocimientos de libros como ladrillos de tu mente y no sabes cómo lo haces? 

Irte a la cama, por cansancio, desconexión, por querer madrugar al día siguiente... Te pones la alarma: una, tres, cinco si hacen falta y acabas sobresaltada a mitad de la noche enumerando todas las posibles etiologías, patogenias, clínicas que ahora te abruman y que lo harán más aún en las dos horas de examen porque no sabes si querrán exhibirse en ese justo, preciso, adecuado y deseado momento.

"Voy a suspender", "lo llevo fatal", "me faltan horas", "cállate que estoy estudiando", "me falta X tema, ¿lo tienes tú?", "el descanso de la merienda", "no sabía que tuviese tanta imaginación a la hora de escribir en un examen", "no te enrolles que estoy estudiando"... Todas estas frases, situaciones y muchas más son las que nos han acompañado a lo largo de estos meses, de estos dos años y por lo visto, al final no nos ha salido tan mal. 

Esperemos tener otro final feliz en unas horas. Y después de este inciso, a seguir.

Marta Roca G. ®

domingo, 12 de junio de 2011

Reflejo.

" Todo el mérito es tuyo; tienes mi palabra de honor. Quizá el botín de tan larga compañía -y lo que te queda todavía- no sea lo dorado y brillante que uno espera cuando la inicia, a los doce o trece años, con los ojos fascinados de quien se dispone a la aventura. Pero en un botín, es tuyo, es lo que hay, y es, te lo aseguro, mucho más de lo que la mayor parte de quienes te rodean obtendrán en su miserable y satisfecha vida. Tú has abordado naves más allá de Orión, recuerda. Tienes la mirada de los cien metros, esa quie siempre te hará diferente hasta el final. Fuiste, vas , irás esos cien metros más lejos que los otros; y durante la carrera, hasta que suene el disparo que le ponga fin, habrás sido tú y habrás sido libre, en vez de quedarte de rodillas, cómoda y estúpida, aguardando.

Ahora sabes que todo merece la pena. La larga travesía por ese mundo de méritos numéricos y ausencia de reconocimiento, donde te viste obligada a arrastrar contigo al niño de papá, al tonto de baba, al inútil carne de matadero, con tal de llevar a buen término el trabajo para el que te bastabas en solitario. Has crecido y sabes que las oportunidades no estaban en los otros, sino en ti. Que no había nada malo en aquella chica tímida que se llevaba los libros a las horas libres de tutoría; que buscaba la mirada de los profesores inteligentes, no par hacerles la pelota, sino por sentirse cómplice y no estar sola. La jovencita que sobrecargaba la mochila con El guardián entre el centeno o El señor de los anillos, que en la excursión del cole a Madrid prefería ver el Planetario, el Prado o el Reina Sofía a dejarse la garganta en el parque de atracciones. Que se enfrentaba a la hostilidad de compañeros cretinos porque era la única que había leído las Sonatas de Valle-Inclán o sabía quién era Wilkie Collins. Ahora que miras hacia atrás con madurez, comprendes que cada vez que alguien ninguneó tu forma de ser, te insultó, te miró por encima del hombro, no hizo sino precipitar tu aprendizaje y tu lucidez. Tu certeza de ser mejor, más despierta y diferente.

Mírate ahora. Qué lejos estás de tanto borrego y tanto buey. Entras en la edad adulta sin que nadie pueda imponerte una sonrisa falsa cuando el mundo y su estupidez, su envidia, su mezquindad, te hagan fruncir el ceño. Ahora tienes la certeza de que no te equivocaste, y de que la niña callada en el banco del fondo puede ser vengada por la mujer que hoy recuerda. Sabes ya que puedes ser feliz a tu manera y no a la de otros, con tus libros, con tus películas, con tu familia, con esos amigos que no sabes cuánto tiempo van a durar y por eso aprecias tanto, con la mirada serena que ahora posas a tu alrededor, en la calle, en el trabajo, en la vida. En la muerte. Ahora sabes que la virtud, en el más hondo de la palabra, está en ese aguante de tantos años, cuando cerca estuvieron de convertirte en otra. Comprendes al fin que los malos profesores son un accidente sin demasiada importancia, pues tú eres quien aprende; y la vida, incluso con sus insultos, con sus malvados, con sus tragedias, con sus reglas implacables, la que te enseña- Nadie dijo que fiera fácil.

El otro día fuiste a ver Salvador y saliste del cine asombrada, llorando. No por la película, ni por la suerte del protagonista, sino por la certeza de que los ideales de aquel muchacho ya no tienen sentido, porque ninguno los sustituye ahora, porque la gente de tu edad se divide en dos grandes grupos: una minoría de analfabetos desorientados, pasto de la demagogia barata en manos de políticos sin escrúpulos, y una masa inerte cuya única aspiración es salir en Gran Hermano o ponerse hasta arriba el sábado por la noche; jóvenes con garganta y sin nada que gritar, que se irían por la pata abajo puestos en la piel de Salvador Puig Antich, o a los que, viendo El crimen de Cuenca, la sola visión del garrote vil haría cerrar los ojos con escalofríos en la nuca. Pero tus lágrimas, amiga, demuestran que tienes razón. Que no te equivocaste al amar al conde de Montecristo y al Gabriel Araceli de Galdós, al buscar el secreto genial de un soneto de Borges o Quevedo, al transitar, jugándotela, por los senderos sin carteles luminosos en los pasillos oscuros de la Historia. Al hacer de cada esfuerzo, de cada miedo, de cada desengaño, de cada ilusión y de cada libro, un martillo con el que picar los muros espesos que te rodean.


Y si algún día tienes hijos, intenta que sean como tú. Como esos tipos flacos de los que hablaba Julio César, a la manera de Casio: gente de dormir inquieto, peligrosa y viva. La que quite el sueño a los apoltronados y a los imbéciles".

Nadie dijo que fiera fácil. Arturo Pérez-Reverte. El Semanal. 21 enero 2007

lunes, 6 de junio de 2011

Esa sois vos.

La belleza en tus ojos reside.
La fuerza en tu cuerpo habita.
La inocencia es tu experiencia.
La alegría, tu alma que sonríe.

Eres tú dichosa y pasajera
que acompaña para algún día dejar.
Valor, ningún temor.
Claridad, ganas de luchar,
derrotas, futuro, libertad...

Esa sois vos, amada juventud.

Marta Roca G. ®

sábado, 4 de junio de 2011

Erica

Una mano sobre mi cintura. Otra pasando bajo mi cuello. Al otro lado de la habitación, ella. Indefensa pero protegida. Pequeña, muy pequeña. Frágil. Un milagro. Sabemos cómo pero aun así seguimos maravillados de la naturaleza, de que ella sea parte tuya y parte mía. Es perfecta, es hermosa, es relinda, es otro gusilú para alumbrar nuestras vidas.
Duerme plácidamente, sin ninguna preocupación. Carita redondita; mofletes gorditos; labios sonrosados, henchidos y moviéndose rítmicamente como si estuviesen mamando. Escaso pero suficiente cabello para el tiempo que tiene, castaño claro, parecido al color de la miel cuando reposa fría en la nevera.
Frente a sus labios está su manita, con el puño aun cerrado, tal y como se quedó cuando después de dejarla dormida –aferrándote el índice­- volviste a la cama. Hace carantoñas con su carita, estornuda y mueve sus pequeños brazos.
Me miras. Te miro. Nos besamos, te levantas y vas hacia ella. Vuelves a acercarle el índice a su manita y se aferra a ti. Sabe ya que eres tú y en tus brazos se acomoda más y más. Bajo ellos nunca le pasará nada malo. Te paseas lentamente por la habitación. Mirándola. Mirándome.
Vuelves a la cama, te tumbas junto a mí y ella, sobre ti.

Marta Roca G. ®