sábado, 4 de junio de 2011

Erica

Una mano sobre mi cintura. Otra pasando bajo mi cuello. Al otro lado de la habitación, ella. Indefensa pero protegida. Pequeña, muy pequeña. Frágil. Un milagro. Sabemos cómo pero aun así seguimos maravillados de la naturaleza, de que ella sea parte tuya y parte mía. Es perfecta, es hermosa, es relinda, es otro gusilú para alumbrar nuestras vidas.
Duerme plácidamente, sin ninguna preocupación. Carita redondita; mofletes gorditos; labios sonrosados, henchidos y moviéndose rítmicamente como si estuviesen mamando. Escaso pero suficiente cabello para el tiempo que tiene, castaño claro, parecido al color de la miel cuando reposa fría en la nevera.
Frente a sus labios está su manita, con el puño aun cerrado, tal y como se quedó cuando después de dejarla dormida –aferrándote el índice­- volviste a la cama. Hace carantoñas con su carita, estornuda y mueve sus pequeños brazos.
Me miras. Te miro. Nos besamos, te levantas y vas hacia ella. Vuelves a acercarle el índice a su manita y se aferra a ti. Sabe ya que eres tú y en tus brazos se acomoda más y más. Bajo ellos nunca le pasará nada malo. Te paseas lentamente por la habitación. Mirándola. Mirándome.
Vuelves a la cama, te tumbas junto a mí y ella, sobre ti.

Marta Roca G. ®

1 comentario: